A 80 kilómetros al norte de Manila, la capital de Filipinas, se encuentra México, una apacible ciudad y municipio perteneciente a la provincia de Pampanga. La localidad fue fundada en el año de 1581, cuando los colonizadores llegaron desde el sur en pequeños botes a descubrir esta tierra fértil, una zona ubicada entre ríos y llena de plantaciones de arroz en medio de la región del Luzón Central, la isla más grande de las Filipinas. Al principio, llamaron a ese lugar Nuevo México, pero con el paso del tiempo el poblado se constituyó oficialmente como México.
La adopción del nombre no está nada claro: algunos historiadores coinciden en que México proviene de la lengua natal de los indígenas que habitaron la región. En uno de los primeros contactos entre conquistadores y pobladores, un hombre que frotaba su codo fue interrogado sobre lo que hacía y en su lengua respondió “mesicu cu pu” (me golpeé en el codo). Otra versión popularmente difundida es la del vocablo “sico-sico”, que en la región de Luzón se utiliza para nombrar un camino con muchas curvas, de forma que los ríos que desembocan en México podrían haber inspirado este nombre. En realidad, la ciencia histórica indica que el nombre fue tomado del original en Latinoamérica por parte de los españoles, que conquistaron ambas latitudes en el mismo periodo histórico.
¿Cómo es el México de Filipinas?
La zona donde se ubica México mantiene las mismas condiciones que el resto de las Filipinas: una región subdesarrollada que está en constante crecimiento, donde la mayor parte del ingreso se concentra en muy pocas manos y el capital extranjero juega un papel preponderante en la economía de la región. La industria de la construcción es la más importante, en grandes territorios se construyen terrenos con casas previamente armadas a un precio asequible para aquellos que laboran en la capital, Manila. Los barrios principales son el de San Juan, Santa Lucía, Del Pilar, San José y San Fernando, el corazón de la ciudad. En él, se levanta la Catedral Metropolitana de San Fernando, el patrón de México.
Entre México y México no parece haber mucha diferencia. Una combinación grotesca entre pobreza y modernidad, un rostro bien conocido del subdesarrollo para los mexicanos del hemisferio norte y toda Latinoamérica.
Obviando un Océano de por medio, entre Mexico (como también se escribe dado el caso del lenguaje) y México no parece haber mucha diferencia. Entre calles pequeñas, otras recién pavimentadas y una construcción que hace poco dejó de ser rural pero ya luce desgastada, se levantan los negocios del centro de la ciudad. Metrobank, Pizza Hut, Mc Donalds y KFC dominan sobre la avenida principal, una combinación grotesca entre pobreza y modernidad, un rostro bien conocido del subdesarrollo para los mexicanos del hemisferio norte y toda Latinoamérica. El colegio principal lleva por nombre “Escuela de Nuestra Señora de Guadalupe”, otro nexo que indiscutiblemente nos conecta vía conquista con un México que viéndolo más de cerca, no está tan alejado de la realidad que impera en nuestro país.
La historia es la clave que conecta irremediablemente a ambos países. En 1521, el mismo año en que cayó México-Tenochtitlán a manos del ejército español y los señoríos de Texcoco, Tlaxcala y Zempoala, al otro lado del mundo Fernando de Magallanes llegó a las Filipinas y tomó posesión de las islas en nombre de la corona de España. A partir de entonces, los españoles conquistaron poco a poco el territorio filipino, tomando como sede la Nueva España. Del puerto de Acapulco salía la Nao de China con destino a Manila, una embarcación que unió económica y culturalmente ambos países durante más de doscientos años. Las riquezas, especias y la herencia cultural proveniente de Asia duraba poco tiempo en territorio nacional: la mercancía atravesaba por tierra el territorio nacional en pocos días y partía del puerto de Veracruz a su destino final.
Actualmente, ambos países están constituidos en el papel como soberanos, libertad y autonomía que consiguieron en sendas luchas de Independencia. En el caso de las Filipinas primero de los españoles y después de los Estados Unidos; sin embargo, la realidad es que junto con el resto de países de América Latina, el desarrollo es solamente un mito y una forma discursiva que se maneja desde su consolidación como estados modernos en el orden mundial. La pobreza, la deficiencia en la educación, la dependencia económica y la violencia son los elementos que unen a dos realidades que a pesar de estar ubicadas en cada extremo del mundo, comparten su historia, dificultades, retos y oportunidades en común.
Articulo de: Alejandro I. López